lunes, 8 de noviembre de 2010

ALMAGRO: RECONOCIMIENTO DEL TERRIRORIO, REGRESO AL PERÚ Y MUERTE

Don Diego (como le llamaban desde que el rey de España le otorgó la condición de hidalgo) envió a varios de sus capitanes a recorrer las regiones vecinas. Una de estas expediciones, comandada por Juan de Saavedra, se dirigió a la costa, donde ya había fondeado la nave San Pedro, al mando del piloto Alonso Quintero, en cuyo honor la bahía en la que había recalado fue bautizada con su apellido. Otra, encabezada por el capitán Gómez de Alvarado, tras cruzar ríos, pantanos y selvas, llegó hasta Reinohuelén, en las márgenes del río Itata. Allí fue duramente enfrentada por grupos mapuche en lo que se considera el primer enfrentamiento de la guerra de Arauco. En ninguna parte hallaron ciudades ni indicios del apetecido oro.
La pobreza del territorio y las noticias de que Carlos V había establecido que el Cuzco se encontraba en su gobernación, determinaron el retorno de Almagro al perú. En la primera parte de su viaje de regreso siguió hasta copiapó, entablando cruentas luchas con las poblaciones diaguitas. A fín de evitar las penurias de la trevesía cordillerana, eligió cruzar el desierto de Atacama y los valles de Tarapacá, llegando a Arequipa en febrero de 1537. Allí supo que el Cuzco había sido sitiada por los nativos. De inmediato se dirigió a la sierra, rompió el cerco, entró a la antigua capital imperial y apresó a Hernando y Juan Pizarro, hermano de Francisco, por negarse a entregarle el mando de ella, acto que implicó la ruptura definitiva entre los antiguos socios y amigos.
Pizarro ya había establecido una nueva capital, Lima, también conocida como la ciudad de los reyes por haber sido fundada el 18 de enero de 1535; pero en una actitud que desafiaba lo dispuesto por el rey, no estaba dispuesto a perder el Cuzco, pues suponía que todavía quedaban allí muchos tesoros por encontrar.
La guerra se hizo inevitable. Almagro, anciano, enfermo y desilusionado, hizo todos los esfuerzos para triunfar. Sin embargo, fue incapaz de dirigir la decisiva batalla de Las salinas (28 abril de 1538). Desde una litera contempló cómo sus tropas eran derrotadas por los pizarristas, en cuyas filas se hallaba un destacado capitán de los ejércitos reales, Pedro de Valdivia, recién arribado al perú y que en compensación a sus servicios, recibió una encomienda de indios en el valle de La Canela y una mina de plata en Porco.
El adelantado fue apresado y sometido a rápido juicio, siendo condenado a morir con la pena del garrote. La sentencia se ejecutó el 8 de julio de 1538. Sus tropas, desamparadas y sin esperanzas de lograr riquezas, vagaban por toda la tierra clamando venganza. Se les llamaba "los de Chile", término que pasó a ser sonónimo de miseria y símbolo de pobreza.

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